cuando dejas de fustigarte

Cuando dejas de fustigarte

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Ni medio lleno ni medio vacío; el vaso está lleno o está vacío, o a la mitad, o como realmente esté.

Un día te das cuenta de que estás satisfecho.

Has cometido mil errores y has juzgado que hacías todo mal.

Has roto veinte platos este año y diste por sentado que eras torpe desde el primero y eso te ayudó a romper diecinueve más.

Has amado y te han amado, y has fracasado siempre.

Has mentido alguna vez y has dicho muchas verdades que sientes deberías haber callado; hubieras hecho menos daño, piensas.

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Cuando te aceptas de verdad

Cuando te aceptas de verdad no dejas entrar en tu vida a quien te rechaza.
Cuando te aceptas completamente tal cual eres, tal cual estás, no tienes lugar para albergar a quien niega tu presencia.
Cuando estás plenamente consciente de tus bellezas y tus fealdades y acoges en ti con amor tanto tu canto de alegría como tu corazón deshecho, no tienes espacio para quien no valora tu ser completo, para quien se queda solo con un lado de ti y evita la otra verdad.

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Seguir los impulsos

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Hasta que no camines por ese camino, no sabrás si es el que te llevará a tu mayor bien o a tu peor incertidumbre.

Hay una delgada línea que separa aquello que juzgas que está bien de lo que consideras que está mal. En ti se libra a menudo una batalla por discernir acerca de por qué haces lo que haces, desde dónde actúas, si has de actuar o has de dejar que las cosas sucedan sin intervenir.

Hay un delgado límite por donde sueles transitar en busca de tu equilibrio y es normal que invariablemente pases a uno y a otro lado. Sueles pensar que estar en el centro, en equilibrio es como caminar por un surco muy estrecho, tanto que se te hace semejante a la cuerda del funambulista. Y claro, antes o después caerás.

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