Ya estás en casa

ya estás en casa

Aunque fuerces, aunque te escapes, aunque deshagas fronteras, hay un lugar del que nunca podrás huir. Ese lugar es el que habitas, el ti mismo, tu ser más esencial.

Hoy coges un avión otra vez.

Un nuevo cruce a través del océano y ya van tantos…

Llevas años buscando tu lugar, esperando llegar a casa.

Hace años, desde que soltaste amarras, estás esperando el momento en que un cartel te indique el camino y una casa se cruce a tus pies con un cartel de ‘Bienvenido a tu hogar’.

Un nuevo cruce atlántico desde casa hacia casa.

Ya no sabes bien de dónde eres, cuál es la tierra que te vio nacer; en realidad has tenido varios nacimientos en ambas, y muchas muertes.

Una vez más pasas el control de fronteras –ese gran símbolo entre abstracto y material que no llegas a comprender bien–.

Muestras tus pasaportes para que elijan el que quieran, en realidad te da igual.

Si te preguntaran nacionalidad dirías sin dudar y con naturalidad: –Extranjero.

Ya se te ha hecho piel, ya te has habituado a ser del otro lugar.

Cuando estás aquí eres de allá, cuando estás allá eres de aquí. Y en ambos lados cuando te oyen hablar te preguntan de dónde eres.

De ninguno pareciera, ya no encajas definitivamente, si bien nunca habías encajado del todo, ahora menos. Solo que ahora ya no te empeñas en encajar, ya casi disfrutas de esa libertad que da el no pertenecer, de esa soltura que te da el no tener tierra, patria, hogar…

En el fondo quieres que te vean igual que a las hormigas, que te reconozcan los mismos derechos que a las hormigas que pueden cruzar fronteras sin aduanas ni pasaportes.

Del culo del mundo al culo de Europa, como te gusta decir. De una isla pequeña a otra isla gigante pero isla al fin.

Y como siempre te ha gustado ponerlo todo del revés, giras el mapa y haces que el culo se convierta en cabeza y viceversa. Así está mejor y de la otra manera, también. No puede haber culo sin cabeza ni cabeza sin culo.

Ha de estar integrado, siempre integrado.

Y para eso hay que agitar, dar vuelta las cosas, ponerlas del revés y volverlas a poner.

No por solo transgredir sino por cambiar el ángulo, ver desde otras perspectivas y acercarte lo más posible a la verdad.

No hay nación a la que pertenezcas, ni tú ni nadie que esté en la verdad.

No hay casa a la que llegar en este mundo aunque sea tan habitual atrincherarse en refugios temporales.

Ya lo sabes aunque a veces lo olvidas, has de vivir en este mundo sin pertenecer a este mundo.

Y cuando tu confusión se aplaca sabes que ya estás en casa, que siempre lo has estado.

Estés donde estés, desnudo en la nada de este mundo de prueba, gracias a la gracia y a tu fe inquebrantable, sabes que si estás en la verdad siempre estás en casa.

ya estás en casa

Imágenes: Allan Terger

Descansa, muchacho, esta noche será corta.

Coge tu maleta y sube a ese avión una vez más.

En tu isla redonda te esperan, un continente en miniatura que aguarda por ti y tú deseas estar allí otra vez.

Allí te esperan el goce de la llegada y el dolor de la partida, y la sucesión interminable de goces y dolores que se sucederán y habrás de vivenciar en sucesos sucesivos.

Eres afortunado, no tienes patria, ni hogar, ni identidad que te fosilice.

Eres afortunado, las ataduras son leves y aunque duelen sabes que se disuelven.

Eres afortunado, te has habituado a convivir con el desgarro de la separación y eso te ha fortalecido para poder cumplir con tus deberes.

Eres afortunado, ya sabes dónde está tu casa, tu lugar, tu país.

Eres afortunado, pasas por este mundo sin pertenecer a este mundo.

Eres afortunado, ya estás en casa.

Eres afortunado, vayas donde vayas siempre estarás en casa.

Leandro Ojeda López

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