Hay un espacio sagrado entre la lluvia de pensamientos circulares que ocupan tu mente. Es el que se da cuando interrumpes el círculo en cualquier lugar y empiezas a pensar.
Hasta que no pares el estruendoso ruido mental que te repiquetea el cerebro no hallarás ese momento de pausa y silencio en donde las grandes decisiones aparecen.
Esos pequeños instantes en que pasas de un pensamiento repetitivo al siguiente son los momentos sutiles en los que tienes la oportunidad de parar y no dejar que el próximo pensamiento ocioso te ocupe nuevamente.
Cuando piensas, casi nunca sabes que piensas ni qué piensas. No eres consciente de tu estado de inconsciencia que produce pensamientos por ti, como si te hubieras injertado una máquina de pensamiento por pura vagancia.
Cuando crees que piensas, muchas veces no estás pensando realmente, estás reproduciendo el recuerdo de un pensamiento viejo que tuviste hace tiempo. Un pensamiento que ni siquiera es ya el mismo pensamiento, que capaz ni sea tuyo y que ha cambiado mucho por el desgaste del uso.
Muchos de esos pensamientos fueron pensamientos buenos y provechosos en su momento pero ahora a lo mejor no sirven, o no analizas lo que piensas, o están tan fuera de contexto que no entiendo por qué te sorprendes cuando te juzgan mal por ese pensamiento tan fuera de lugar que crees correcto.
No, no te tortures y critiques todo el rato, pero date cuenta de que el pensamiento si algo no tiene en su esencia o en su función es ser acrítico.
Muchos de los que crees que son tus pensamientos son las asociaciones y respuestas condicionadas que tienes automatizadas ante las cosas que observas. Pensamientos que ya estaban en ti antes desde hace mucho, son tuyos, sí, son tu posesión, sí, pero mira si no son de esas posesiones que mejor sacarlas ya del cuarto de los trastos donde no hacen más que ocupar lugar y juntar polvo.
No tires todos tus pensamientos, pero deja lugar para los nuevos. Haz como si estuvieras de limpieza antes de una mudanza y examina cada pensamiento cuando aparece para ver qué hacer con él, si lo limpias y lo metes en la maleta, si lo regalas, lo tiras o lo quemas. Te llevarás una sorpresa al ver la cantidad de pensamientos que te están condicionando, que ya se han erigido en patrones de conducta y que justamente son los que te están llevando de cabeza por la ruta que no quieres ir.
Encontrarás pensamientos y patrones construidos con creencias, formas parciales de observar, juicios no justos que han sido implantados en ti por tu entorno, tu educación, tu sociedad, el qué dirán, la costumbre de los vecinos, el miedo de tu abuela que te dejó como legado, las burlas de tus compañeritos de segundo, los noticieros de televisión, la clase de filosofía parcial, las películas de terror, las fechas de caducidad de los productos, una teoría física ya refutada, una ecuación matemática que sigue sin resolverse, tus conclusiones ante un desamor trasladadas a todo el amor, las mentiras de tu madre por tu bien, los consejos inadecuados, los consejos adecuados pero descontextuados…
Tu pensamiento a veces llega a ser una tragedia para ti. Tu pensamiento se vuelve tan ruidoso que te atormenta en los días sin tormenta, te acucia y persigue aunque busques la paz en un desierto de silencio.
En ese estado, cuando ya no des más y te deshagas por tus propios pensamientos, serás presa fácil para los vendedores de silencio; los embaucadores de ritos sagrados que prometen parar el pensamiento; los que quieren hacerte creer que los pensamientos son tus enemigos; los que te hablan de vaciar la mente; los orientalistas que te prometen un mundo de paz y amor que ellos ni conocen ni saben adonde apunta, revestidos de las más variadas formas, nombres y apariencias; los que te adormecen con materias y energías y te enemistan con la mente…
La buena noticia es que puedes encontrar ese instante sagrado en que te das cuenta y paras el pensamiento circular, el que te daña, el que no te deja seguir. No arranques todo, la mayoría de tus pensamientos serán útiles y provechosos, solo has de quitar maleza para que los frutos crezcan más grandes y jugosos.
Podrás aligerar tu mente de contenidos inútiles, ociosos y hasta destructivos. Podrás ponerte a contar cuantas veces has tenido un mismo pensamiento en el día de hoy, y cuantas ayer, y cuantas el mismo pensamiento que no te llevaba a nada, que solo te hacía ir para atrás.
Podrás observar qué asuntos, por más que le des mil vueltas, no puedes resolver desde ese estado de ansiedad.
Aprovecha este sagrado instante en que dejas de pensar lo que no merece ser pensado. Vete al campo o a un parque a contemplar una hoja de un árbol sin ninguna otra finalidad que la de observar y disfrutar. Rompe la rutina y haz algo que no haces con la simple finalidad de disfrutar y descansar la mente. En ese momento es posible que por fin aparezca como de la nada la solución a eso que tanto te angustiaba.
Cuando dejes de pensar a lo loco, podrás empezar a pensar de verdad. No se trata de que dejes de pensar, ni se te ocurra, en realidad es que empieces a pensar con más calma para pensar mejor. Se trata de que disfrutes de tu mente.
Tu mente es maravillosa y la tienes inutilizada de tanto uso, mal uso y abuso.
Cuando empieces a darte cuenta de los pensamientos entrometidos, estarás abriendo espacio para que broten pensamientos reales, pensamientos inteligentes, pensamientos lúcidos, pensamientos deslumbrantes.
Toma este instante como sagrado, valorízalo y riega tu mente con pensamientos buenos, con agua clara y refrescante, con sonrisa limpia y esperanzada.
Leandro Ojeda López