Te puedes poner unas orejas como las Mickey Mouse o un audífono de máxima fidelidad, pero escuchar, lo que se dice escuchar, no va a resultar tan fácil
Estás obsesionado con el que todo ‘vaya bien’. Obsesionado con que se cumplan esos buenos deseos que das y que te dan. Obsesionado con pensar positivamente para que tu vida sea ‘positiva’.
Lo positivo y negativo, muchas veces, no es más que una manera que tienes de mirar. No siempre pero más a menudo de lo que sientes.
Lo positivo y negativo has de analizarlo en contexto, adaptado a las circunstancias, a las expectativas, a las consecuencias, ateniéndote a valores que no pueden ir cambiando según modas.
Hay cosas en sí buenas y otras malas, pero muchas otras dependen de cómo afecten en cada momento.
Pese a eso, y bajo esa óptica relativista que has comprado y que no te calza a ti ni a nadie, absolutizas lo relativo de tal manera que has perdido toda guía y toda noción de orientación.
Me dices que todo es relativo, que no existe el bien y el mal y, sin embargo, me hablas de lo positivo que implica necesariamente lo negativo. ¿No te das cuenta de la contradicción? O una cosa u otra, jamás pueden ser válidas dos hipótesis contrarias.
Espera, escúchame, no te apures, claro que puedes vivir tratando de ver lo positivo de las cosas y encaminarte en una mejor forma de vivir, siempre que no ignores lo negativo porque no ver la realidad te puede hacer chocar contra un poste en la calle por más que pongas toda tu mentalidad positiva en negarlo.
Si empiezas a mirar con mayor objetividad y a discernir lo negativo de lo positivo con ecuanimidad podrás observar un cierto juego de compensaciones, de equilibrio, de exquisito diseño y entrar en una fase más neutral.
Te asusta la neutralidad. Has aprendido que tienes que tomar partido siempre. Que siempre hay buenos y malos, explotadores y explotados, ricos y pobres, salvajes y civilizados, o la dinámica de oposición que se te ocurra.
Sí que hay bueno y malo, como hay negro y hay blanco, pero también hay rojo y verde y azul y marrón y magenta y añil y sepia y amarillo y violeta…
Sin embargo, y junto a tu nueva bandera de relativismo, siempre, siempre, siempre te has situado en el lado de los buenos, siempre. Tú eres de los buenos, muchacho, ¿cómo ibas a ser de los malos?
Pese a ser de los muy pero muy buenos, en lo más profundo, has sentido que había algo mal en ti. Has entendido que tu infelicidad ha estado justificada por albergar ese sentimiento de no ser lo ‘suficiente para…’
No eres suficiente para ser amado como deseas que te amen. No eres suficiente para merecer una casa como la de tu vecino. No eres suficiente para tener ese trabajo porque hay otros ‘mejores’ que tú para eso. No te sientes suficiente para cosas para las que la en verdad irías sobrado si observaras con ecuanimidad y no te guiaras solo por aquellas que realmente se te escapan de tu actual realidad. En suma, te sientes insuficiente.
Como eres tan bueno, no soportas escuchar esa voz que te dice que no eres tan bueno. Y buscas que algo externo te venga a resolver lo que no sabes resolver dentro de ti. Por un lado te sientes especial y único en tu especie y, por otro, te sientes menos solo cuando encuentras otros tan desgraciados como tú. Eso te consuela. Sin embargo, sueñas con salir de ese club y pasarte lo antes posible al club de los agraciados, y prometes que cuando eso pase harás obras de caridad para los infelices.
Cuando no está tu vida como te gustaría que esté, lo peor que te puede pasar es que te digan lo que no quieres escuchar. Share on XCuando no está tu vida como te gustaría que esté, lo peor que te puede pasar es que te digan lo que no quieres escuchar. Quieres oír que eres especial, que le gustas a todo el mundo, que todos quieren estar contigo y que te están buscando para darte los trabajos y regalos que más quieres. Estás esperando que otros te digan lo que quieres oír, es más, estás esperando que te digan lo que te gustaría oír de ti y no puedes decirte porque, por fortuna, ya no puedes mentirte.
Sin embargo, escuchas que el trabajo se lo han dado al de al lado, que tu amada se ha decidido por otro, que la luz se ha cortado solo en tu manzana, que no te han invitado a la fiesta de tus amigos y que lloverá todos los días el fin de semana largo en que tomarás vacaciones en la playa.
Cuando escuches aquello que no quieres oír, agradece al mensajero. Una vez que superes el impacto emocional, agradece el mensaje. Es lo que necesitabas oír y nadie se atrevía a decirlo. Pide que te digan todo, principalmente aquello que no estás dispuesto a oír –tampoco te pases, no has de masoquearte–. Una vez pasado el azote de dolor, la situación será más transparente, la sombra entrará en zona de luz y podrás verla. Entonces sabrás qué hacer, entonces el miedo empezará a perder fuerza, entonces empezarás a caminar con menos peso. No te sentirás ya tan bueno ni tan poco merecedor.
Cuando empieces a aprender a escuchar aquello que no quieres ni oír, podrás empezar a derribar murallas de miedo y silencio. Empezarás a andar con corazón menos temeroso. Un día, tal vez, ya no te asuste la verdad. Un día, tal vez, comprenderás que solo la verdad te hará libre.
Escuchar la voz de tu corazón puede resultar desgarrador, como un grito en la noche despertando de repente. Pero si sigues escuchando atentamente, encontrarás un dulce susurro, un sonido de olas golpeando en la roca, una melodía inesperada que te invita a danzar el alma.
Leandro Ojeda López
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