Alegría

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Un día comprendes que la alegría no es un momento especial sino un estado que puedes adoptar para afrontar la vida.

Hoy ha llegado la alegría a tu día.

Llegó en forma de mañana soleada y vino de improviso a sabotear tu tristeza.

Tu tristeza se vio sorprendida, estaba bien instalada desde hacía ya algún tiempo, se sentía cómoda en ti y tú, de alguna manera, ya te habías familiarizado con ella.

Has de saber que la tristeza es algo cómoda, es un lugar paradójicamente tranquilo al que te acostumbras con facilidad.

Tiene esa sensación del invierno frío cuando te acurrucas bajo una manta en un sillón y puedes permanecer así por horas.

Alguna sensación así te puede transmitir la tristeza.

Te acostumbras tanto que ni sabes ya que es tristeza.

Pero un rayo de sol te atraviesa de repente y sin avisar, y tu manta se vuelve un infierno que arrancas o bien se desvanece imperceptiblemente sin que lo adviertas.

La alegría se instala sin pedir permiso y a momentos echas en falta aquella tristeza donde te acurrucabas tan a gusto.

Pero la tristeza se retira pronto cuando la alegría entra con toda su calma, no ofrece lucha porque la sabe perdida.

Actúa cobarde como la oscuridad cuando se ve descubierta por un haz de luz.

Así la alegría comienza a visitarte y tú le acabas abriendo las puertas de par en par.

Y es una alegría genuina, no es de esas sensaciones transitorias como la euforia o la excitación que te hacen subir para luego diluirse y dejarte tirado.

Con esta alegría sincera instalada en ti, puedes emprender tu vida de una manera nueva que no conocías o que, más bien, ya habías olvidado.

Es ese tipo de alegría con la que convivías naturalmente cuando eras pequeño.

Lo que más te llama la atención es que esta alegría se ha presentado aparentemente porque sí, aunque en el fondo sabes que hace tiempo la estabas buscando, solo que ella lo intentaba pero tú la rechazabas.

Esta vez te encontró con la guardia baja y entró como si tal cosa.

Lo que te cuesta entender es cómo es que ha llegado sin nada externo que la provoque.

No encuentras ningún hecho que la haya desencadenado, no hay una persona ni un acontecimiento ni una noticia que la haya provocado.

Es algo como nacido de ti.

Aunque de a poco empiezas a notar que siempre ha estado allí solo que la tenías oculta, tapada, ahogada.

Es como el amor, es algo natural que tienes que dejar hablar, desarrollar y brindarlo a los demás.

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La alegría no te va a evitar el dolor, no te va a rescatar en las noches amargas, estará allí simplemente, acompañándote, haciéndote vivir el dolor desde un un lugar más amable, más consciente, más agradable –o menos desagradable sería más acertado decir–.

Estará allí en esos días negros iluminando tus lágrimas, aromatizando tu caminar apesadumbrado, soltando alguna risa compasiva sobre tu desgracia.

La alegría es eso, es humildemente maravillosa, no te pide nada y no le pidas más.

No es un litro de café, no es una tarde en el circo, no es una película de risa.

La alegría es humilde, sencilla, tierna, fiel, compañera…

La alegría es eso que te ha sorprendido esta mañana y está ahora en ti.

Es eso que te permite oler esas flores y sentir un aroma con una calidez que hace unos días no llegabas a sentir.

Es ese echarte en un sillón en un día de frío cubierto con una manta y mirar el techo con una mirada tranquila.

Es eso que te recorre por dentro con una sutileza inefable y te provoca una respiración calma, viva y alborozada.

Leandro Ojeda López

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