El amor es tu mayor posesión y siendo pleno es que te das en amor. Para que el flujo permanezca vivo has de ser permeable, permitir la felicidad de los otros recibiendo su amor a través de ti.
No es como harás más feliz a otra persona amándola, la harás feliz recibiendo el amor que ella tiene para dar.
Amando es como serás feliz tú.
Porque la felicidad no solo la obtenemos en el recibir, más la obtenemos en el dar.
El amor es algo que tienes, algo que conoces y conoces por haberlo recibido y haberlo dado.
No es algo que te inspira alguien, el amor es tu poder más preciado.
El amor es algo que brilla, te hace brillar y se expande cuando más se le permite ser; el amor necesita que estés en tu ser para crecer y desarrollarse.
El amor es algo que goza de ser contagiado, que disfruta de compartirse, que se apasiona con albergar a otros y mecerlos en su seno.
El amor es tan amplio y generoso que se brinda a la vida entera, lo abarca todo, tanto al eterno como a tu prójimo, tanto a una flor como a todo lo creado. Pero no es la flor la que necesariamente te hace amarla, es la flor la que te permite que ames.
Así la felicidad aparece cuando tu hijo, tu amigo, tu pareja, tu abuela te dan esa maravillosa oportunidad de darles tu amor.
El amor no entiende de negocios, de acuerdos, no es algo que das en la medida en que recibes; no se especula, el amor está o no está, se da y no se regatea.
El amor es vida y cumple el ciclo vital de nacer, crecer, reproducirse pero no muere.
El amor no puede morir, solo puede ser apagado, asustado por el miedo, maltratado y herido, pero si lo dejas libre, solo puede crecer.
Cuando crees que serás feliz siendo amado, es tu yo pequeñito quien habla, tu miedo egoísta quien se siente desamparado y cree necesitar que le amen para ser alguien.
Pero si eres quien ama ya no habrá esa necesidad de ser alguien porque tu ser estará siendo. El egoísmo se desespera y muere de hambre cuando amas, no puede soportar ese derroche. Porque no estás amando para recibir, no estás amando gobernado por el interés.
Cuando dejas de amar y te cierras por miedo a ser rechazado o abandonado es ese sentimiento mezquino y envidioso quien te gobierna y no te permite ser en plenitud, pero cuando amas ya eres y ya no necesitas mucho más.
No eres feliz cuando recibes amor, esa es tu vanidad que se hincha. Cuando recibes amor la felicidad auténtica radica en que tu amor permite a otro brindar su amor.
Te hace feliz el dar, el recibir es una consecuencia que cuando es en correspondencia se vuelve en una de las más grandes maravillas. No busques ejemplos para entender esto en amores pasionales, piénsalo en la correspondencia amorosa entre padres e hijos y te será más fácil comprenderlo.
Para dar es necesario saber recibir, acoger a los otros para que el amor se desarrolle y se expanda.
Cuando cierras tu flujo al amor, no solo estás cerrando tu capacidad de amar, también estarás impidiendo a los demás que te amen.
Cuando te cierras dejas un gran espacio a lo mezquino, a la amargura, al miedo. El miedo te inundará cada vez más y tenderás a relacionarte con gente con los mismos miedos. Con miedo a lo que sea, pero sobre todo con miedo a vivir. ¿Qué puede crecer de ahí?
Cuando encallas en el miedo al amor, tal vez el más terrible de los miedos, ni siquiera hará falta que te sientes a esperar la muerte, porque en vez del amor será la muerte la que esté creciendo en ti.
Leandro Ojeda López
Hay que seguir dando amor a quien te grita o te ignora. O usar el sentido común y alejarte.