Una aceptación radical implica una mirada objetiva y certera, un juicio ecuánime acerca del gusto o disgusto que provoca la realidad y una pasión desenfrenada por buscar la verdad.
Cuando te aceptas de verdad no dejas entrar en tu vida a quien te rechaza.
Cuando te aceptas completamente tal cual eres, tal cual estás, no tienes lugar para albergar a quien niega tu presencia.
Cuando estás plenamente consciente de tus bellezas y tus fealdades y acoges en ti con amor tanto tu canto de alegría como tu corazón deshecho, no tienes espacio para quien no valora tu ser completo, para quien se queda solo con un lado de ti y evita la otra verdad.
Cuando estás completo en ti, no tienes sitio para las mitades, para parcialidades interesadas, para esos que quieren acompañarte cuando se expresa cristalina una parte de ti y se apartan asustados cuando otra parte tuya se muestra débil, deshojada, dehilvanada.
Cuando te aceptas de verdad no tienes lugar para admitir a quien te rechaza.
Cuando te aceptas de verdad, comprendes, perdonas y dejas ir pero no permites la violencia ni las medias tintas.
Hay ocasiones en que esos rechazos pueden ser una escuela para ti.
Hay veces en que sientes que te están rechazando pero lo que ves es tu propio rechazo, es eso de ti que no te atreves a aceptar y que no soportas verlo en otro como si de un reflejo se tratara.
Cuando adviertas algo así, observa si tal vez no estés tú también rechazando a otro de forma inmerecida, observa si lo que no te gusta del otro es algo que está también en ti y no quieres ver. En esos casos, volver la vista hacia adentro y descubrir eso tan feo que te avergüenza poseer será una maravillosa oportunidad para ponerle remedio. Agradece a ese mensajero que ha traído esa dicha y si pudieras tener la fortuna de que tu cambio sea también su cambio ambos serán agraciados.
Admite, acepta lo que hay de hermoso y lo que hay de espantoso en ti. Sumérgete en tus miedos, penetra en tu dolor, examina tus creencias, diluye todo lo que no concuerde con una imagen ajustada de ti.
Entra sin mucho temor, el dolor pierde intensidad cuando lo aceptas, cuando lo reconoces; te darás cuenta de que es como un niño pequeño que pide ayuda y consuelo. Dale el consuelo que te pide, no lo rechaces, no lo niegues, no lo expulses de ti como a un perro vagabundo que solo está asustado y busca cobijo y alimento. Comenzará a reír, a mover la cola antes de lo que imaginas.
Cuando te aceptas de verdad, con una honestidad absoluta y valiente, empezarás a encontrar más aceptación a tu alrededor. Aceptarás a otros que no aceptabas porque no los veías completos, solo veías algunas de sus mitades.
Cuando te aceptes de verdad, estarás ayudando a los de tu alrededor a que hagan lo mismo, será como una invitación silenciosa, como una melodía pegadiza que se tararea desapercibidamente, como un virus bondadoso que se expande y contagia.
No te quedes ahora encerrado, sal a contagiar, a contaminar, bríndate abierto con lo que hay de verdad en ti, con todo, no regatees, sé generoso.
Acéptate de verdad y acepta de verdad.
Leandro Ojeda López