Hasta que no camines por ese camino, no sabrás si es el que te llevará a tu mayor bien o a tu peor incertidumbre.
Hay una delgada línea que separa aquello que juzgas que está bien de lo que consideras que está mal. En ti se libra a menudo una batalla por discernir acerca de por qué haces lo que haces, desde dónde actúas, si has de actuar o has de dejar que las cosas sucedan sin intervenir.
Hay un delgado límite por donde sueles transitar en busca de tu equilibrio y es normal que invariablemente pases a uno y a otro lado. Sueles pensar que estar en el centro, en equilibrio es como caminar por un surco muy estrecho, tanto que se te hace semejante a la cuerda del funambulista. Y claro, antes o después caerás.
Permítete fallar.
Para ir más por el centro tendrás que probar, tendrás que errar, tendrás que darte golpes. El funambulista no dio su primer paso por la cuerda floja sin miedo y sin muchos magullones. Después de mucho logró andar por el camino más estrecho.
Eso sí, aprovecha cada paso, cada caída, observa cada acto que consideres error y observa cada movimiento que consideres acierto. Sumérgete en cada desvío, en cada corrección. Encontrarás errores en los aciertos y aciertos en los errores. Sentirás que todo tendrá el potencial de brindarte un aprendizaje, una indicación de tu tránsito.
Ríndete al deseo de hacer lo incorrecto si a priori lo juzgas correcto, a veces no hay otra manera de saber que la de experimentar, no puedes saber todo de antemano, tendrás que equivocarte mucho y tendrás que aceptar eso antes de andar si quieres aprender a correr y a saltar y a volar.
Hazlo si de verdad sientes que has de hacerlo y suéltalo si descubres que no era acertado. No reprimas los impulsos, no te pegues horas pensando en qué pasaría, no te pegues horas discerniendo cuál ha de ser el camino correcto.
Zambúllete en el impulso y deja que sea como tenga que ser.
Eso sí, ten en cuenta algunas cosas básicas, sobre todo en torno a los otros; no dañes, no por seguir tus impulsos vas a fastidiar a los demás, no eres el único sobre la tierra. Y ve distinguiendo lo que son los impulsos genuinos que te llevan a tu bien y a hacer el bien sin dilación de lo que son meros caprichos egoístas, impulsos hedonistas, satisfacción de placeres mundanos sin medir consecuencias.
Aprende a seguir los impulsos. Aprende a distinguir entre los impulsos que llevan a buen puerto de los impulsos que te hunden y atornillan al fondo de la tierra o los que desparraman municiones sin mirar a qué ni a quién.
Sigue los impulsos y asume las consecuencias. Serán positivas si vas a favor de tu corriente, serán oscuras si solo estás condicionado por tu egoísmo.
Permite que tu río fluya libre.
Seguir los impulsos correctos puede significar también que te sientas un salmón, y no va a ser fácil te lo aseguro, pero serán los correctos y tendrás que aprender a vivir así. Si eres un salmón, sabrás que estás en el camino cierto porque tu alma se sentirá tranquila y a tu alrededor se sucederá la armonía aunque llegue con rispidez, sin calma inicial y hasta sin alegría.
Paciencia, al tiempo eso pasará y la armonía será esa continuidad de impulsos que ya has automatizado en un coherente sentir.
Permite que tu río fluya libre y nada en las corrientes que tu cuerpo, corazón y mente te indiquen que has de nadar.
Leandro Ojeda López