Todo nacimiento arranca de un punto y desde ahí irradia hacia todo. En el centro de todas las cosas está el germen de la vida.
Hoy te encuentras completamente fuera de ti.
Estás con una convulsión interna que no podrías explicar si cualquiera te preguntara.
Tú ni siquiera te lo preguntas.
No tienes espacio para ello. No hay tiempo ni hueco de sosiego en el que la pregunta llegue siquiera a aparecer.
Estás como un ovillo enredado y no sabes ni donde están las puntas para empezar el desenrede. O sí las ves pero están tan lejos del centro del nudo que llegar allí parece una tarea titánica, algo que ni vale la pena acometer porque el solo esfuerzo de pensarlo ya te deja con las fuerzas agotadas.
Llevas tiempo buscando el centro.
Lo buscas a lo loco.
Y ya ves, estás en el centro, en el centro de un nudo infernal, en el centro de otra cosa.
Sí, estás en el centro pero muy lejos de tu centro.
Llevas tiempo con estos picos de desesperación.
Llevas tiempo también con picos de euforia sin límites, de alegría sin contención, eso que sientes como una hiperfelicidad absoluta que no cabe en ti y te desborda por todos lados, y te expandes tanto hasta el punto de explotar y caer una vez más en la desesperación.
Y vuelta al círculo.
Entre estos estados, tienes otros muy diferentes.
Esos momentos en que no tienes ganas de nada, ni frío ni calor, ni euforia ni desesperación… ¿el centro?, no, otro lugar situado lejos en algún extremo o isla exterior.
Tienes esos momentos que duran horas, días, semanas…
Nada tiene sentido y no sabes ni para qué has de levantarte cada mañana y te da igual que te ganes la lotería o que te caigas por una alcantarilla.
Te da realmente igual.
Ni siquiera llegas a tener envidia por los que ves que están bien.
Cuando estás en esos bajos, algo ocurre que te saca nuevamente de la espesa nada Share on XCuando estás en esos bajos, algo ocurre que te saca nuevamente de la espesa nada y no sabes cómo estás sonriendo ni cómo estás hablando de vida.
Pero estás otra vez.
Otra vez de vuelta a la vida.
Entonces te pones a buscar.
Sabes que no puedes seguir con esos ciclos infinitos que no te llevan a ningún lugar.
Sabes que las cosas que te llevan a la euforia tampoco te sirven.
Ni un nuevo amor, ni un nuevo hobby ni un nuevo viaje espectacular te va a cubrir el vacío, el estar lejos de ti.
Un día has llegado a eso que conoces como camino espiritual.
Y empezaste a tomar clases de cosas con nombres extraños y generalmente poco occidentales o, en su defecto, anglisonantes. Y escuchaste que debías buscar tu centro.
Y caíste en un Centro en que un gurú blanquivestido te invitó a respirar -como si nunca hubieras respirado- para encontrar tu centro que sin duda estaría en ti.
Entonces empezaste a respirar y respirar y respirar sin parar.
Entonces te hiperventilaste y deliraste y viste cosas extrañas que no podías ni ver ni entender ni nada.
E hiciste retiros de respiraciones de la más diversas.
Y recibiste las burlas de tu familia que no entendía que tuvieras que retirarte a respirar porque no entendía que llevabas años conteniendo la respiración y porque tú tampoco entendías que sí que estabas respirando durante todos esos años, ¡coño!, ¡cómo no ibas a hacerlo!
Y seguiste buscando y buscando y buscando.
Buscaste tu centro y solo encontraste Centros en los que estuviste un tiempo hasta que chocabas con las paredes y te bamboleabas a golpes de una a otra.
Y vuelta a la nadidad donde nada se expresa y donde nada destaca salvo la nada sin diferencia.
Y así corriste y corriste y corriste para encontrar tu centro lo antes posible.
Y así te lloraste desesperadamente hasta agotar las sales de tu cuerpo.
Y así te agotaste de buscar.
Y así gritaste y repudiaste toda búsqueda.
Y así insultaste a la euforia y a la desesperación y a esa acumulación dispersa disfrazada de nadidad.
Y así te rendiste y te diste por vencido.
Y así ahora sientes que tu pecho se infla y sabes que respiras sin ayuda maestra. Share on XY así por fin dejaste de buscar.
Y así ahora estás aquí y no sabes si en tu centro o en algún otro lugar no muy lejos del centro pero estás.
Y así ahora no vives experiencias místicas hiperalucinantes.
Y así ahora no buscas desesperado la iluminación y el ascenso a otra dimensión.
Y así ahora no sabes a ciencia cierta si te has encontrado pero sabes que no te estás buscando.
Y así ahora con tu mano te tocas la barriga y sabes que estás aquí.
Y así ahora sientes que tu pecho se infla y sabes que respiras sin ayuda maestra.
Y así ahora te levantas de la silla y caminas el corredor y te preparas una tostada y te sientas en el sofá y untas la tostada y te centras en ello desde tu centro.
Y ya estás, ya has dejado de buscar, ya has dejado también de encontrar porque no había que encontrar lo que siempre ha estado en ti y no se ha perdido ni un instante y jamás podrá perderse.
¿Puedes sentir la paz de untar la tostada sentado en el sofá?
No busques más.
Eso es todo lo que buscabas.
¿Te parece poco?
Yo creo que es mucho.
Es, cuando menos, el fin de la desesperación.
Leandro Ojeda López