Como la lluvia en primavera


como la lluvia en primavera

Cuando estás en un proceso de cambio profundo, estás como en primavera, nunca sabes cuando llueve, nunca sabes cuando sale el sol.

El día está precioso.

Un sol radiante desde la mañana te presagia el mejor día por vivir.

Todo es tan perfecto que la euforia se apodera de ti y te hace saltar sin arnés y bailar sin motivo, ni música, ni porqué.

Una sensación de felicidad incausada que asocias indefectiblemente con un estado de euforia, éxtasis y placer te invade.

Una lluvia surge de repente de la nada y te moja la ropa tendida que estaba a punto de secarse.

¡Recórcholis, coño, mierda, carajo, laconchalalora!

Insultas políglotamente a la lluvia.

–¡No puede ser que se cague así el día sin avisar! –te dices.

Te recompones y haces eso que aprendiste de un gurú nuevaerista de confiar en el ‘universo’ y sentir que todo es perfecto tal como es.

Y ahí estás, poniéndote a sentir, haciendo fuerza por sentir lo que no sientes hasta que ignorándote fabricas un sentir.

Bueno, ya más o menos está, y si todo es perfecto tal como es, esta lluvia también ha de ser perfecta.

Y el entusiasmo de la química que produce la euforia vuelve a desatarse y a recorrer tu cuerpo.

Y como es todo tan perfecto y al sol se le superpuso la lluvia, esto tiene que ser el ‘no va más’.

Y ahí te pones a buscar el arco iris.

Pero no está.

¡¿No está el arco iris?!

Debería estar porque lo has ‘creado’ pero no está por ningún lado.

El sol se ha marchado y no hay arco iris, tan solo la ‘triste’ realidad de que el agua te está mojando, tu ropa tendida no se secará ya para esta noche, y el paseo que ibas a dar por el parque con tu perro y tu hermano se ha fastidiado.

–¡Pero que mierda de universo es este que ni siquiera es capaz de ponerme un arco iris allí cuando lo quiero ver– te repites con un enojo que no juzgas propio de tu estado de ‘amorosa espiritualidad’ que te llevó años lograr y mucho, mucho dinero.

Y desde ese lugar, entras en el juicio injusto, en la culpabilización sin culpa, en un estado de tristeza incausada.

Aunque sueles calificar a tu euforia de felicidad incausada, no sueles hacer lo mismo con tu amargura. Tu angustia siempre está causada, y las causas siempre son externas, ajenas a ti, no puedes hacer nada, pobre víctima de las circunstancias que no se pliegan a tus deseos.

como la lluvia en primavera

En ese naufragio que llevas entre panteísmo y solipsismo ahora te sientes separado de la naturaleza; la naturaleza toda está en tu contra, no tiene otra cosa más importante que hacer que joderte a ti, solo a ti.

Juzgar a la primavera es como juzgar al árbol por dejar caer sus hojas en otoño.

Luego de un sol intenso, sobreviene una tormenta.

El arco iris puede estar o no, y si sale no es para satisfacer tu pequeño deseo.

Cuando estás en un proceso de cambio profundo, estás como en primavera.

Aún no estás en esa felicidad que se parece más a la paz y muy poco se parece a la euforia; sí se parece a la alegría, pero la alegría sabe aceptar la tristeza como complemento perfecto y su alimento.

Cuando estás en tu primavera, en tu cambio de estación, has de aceptar que un día tendrás una euforia en la que sentirás que te puedes comer el mundo y al siguiente levantarte con la sensación de que es el mundo quien puede comerte a ti.

Espera, ten paciencia, al tercer día tal vez estés más centrado, más en paz, más en tu libertad.

Sigue y es posible que esos terceros días se hagan más presentes.

Aguanta la primavera, permite que llueva cuando tenga que llover, que te parta el sol la cabeza cuando tenga que hacerlo, permite, permite, permítete…

Cuando cambie la estación, simplemente cambiará.

Entonces, disfruta del verano y acepta con naturalidad y amor el siguiente otoño que presagiará un nuevo e inexorable invierno.

Leandro Ojeda López

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